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sábado, 12 de enero de 2013

Me siento. No del verbo sentir, del verbo sentarse. Ante mazacotes de papeles y amasijos de palabras. Realmente estoy cómoda. Me siento cómoda (del verbo sentarse y, levísimamente del sentir). Nunca me desagradan las palabras. O casi nunca. Pero de alguna forma hay algo que me inquieta.
Mientras que fijo la vista en las enfermedades del riñón, por ejemplo, veo por el rabillo de los ojos una sombra que se mueve. Es levísima. Cuando la encaro parece esconderse por las esquinas, tras las fotos, probablemente del lado de fuera de la puerta y la ventana.
Si están cerradas ¿cómo las atraviesa? ¿cómo va más allá? Lo ignoro.
Determino por su ligereza que es mi libertad.
Mientras leo juguetea con los pelos que pueblan mi nuca, y los enardece. Aprende a hacer magdalenas y lo peor es que sé que no compartirá las recetas conmigo. Escribe cuentos y cuenta cuentos. Juega con mis ojos, con la luz, con el sueño...al escondite.
Se prueba mi nariz de clown. Todas mis narices-recuerdo.
Come piruletas.
Y escribe y grita.
Pero no me abandona. Mira que tiene la facilidad de atravesar paredes, ventanas, muros. Mundos.
Mira que recala en corazones ajenos, en puertos y mares ajenos. Pero siempre vuelve a mí.
Para esconderse en mi cercanía de forma que la intuya pero nunca la aprisione.
No entiende de ataduras, pero sí de fidelidades.
Me espera. Es capaz de esperarme, mientras me siento (de sentarse) frente a éstos papeles. Mientras me siento (de sentir) a veces perdida.
Me espera y hace las maletas. Y juguetea con mi cuello. Y se sube a mis espaldas.
Hay quien no soporta su peso... Pero la mía es tan leve...
Que sé que en su compañía aprenderé a volar.

Me siento cómoda (de sentir, y levemente, mientras floto en una tranquilidad y una paciencia infinita, de sentarse).