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domingo, 27 de septiembre de 2015

La mala hierba

Será porque nací en el mar. Y acumulo un gran depósito de ignorancia sobre  la tierra en general. Será porque nací en el mar, ahora el campo y la ancestral técnica de la agricultura no dejan de sorprenderme y de maravillarme. De enseñarme. Pocas cosas enseñan más que sembrar algo y esperar a verlo crecer. Y no en el sentido poético. Uno ha de tener paciencia y pasar tanto tiempo observando que  da mucho que pensar.
Será que nací en el mar y miro con la inocencia que un niño miraría la iridiscencia de un prisma, la magia de un arcoíris. A veces montada sobre mi lengua desatada de poeta, mis sentidos expuestos de ser de piel.
A veces lo que digo es hermoso. Dedico palabras y palobras al destino, a la fuerza y a la savia. Hoy, lo advierto, no habrá belleza. Cierre los ojos y los oídos a quien le moleste mis palabras. Recuerden, yo nací en el mar. Soy exploradora de un mundo que no es el mío. El perro que ladra y muerde y juega con un globo. Hasta que explota.

La mala hierba

La mala hierba crece rápidamente y a raudales. Crece y se dispersa. Va donde la lleva el viento. Ya sea a los bordes de  los caminos, en los campos en siembra, entre el césped del jardín. No respeta límites ni labranzas. Es más prolija cuanto más fértil sea el suelo.
La mala hierba es el temor del agricultor y el jardinero que temen que robe los nutrientes del sustrato, el agua y el oxígeno a sus queridas plantas de cultivo. La mala hierba es una intrusa.
En resumen. La mala hierba es una toca pelotas. Hay que salir de tanto en cuanto al campo y arrancarla. Nadie sabe cuál es su utilidad.
En el césped es fácil adivinar cuál es la mala hierba. Entre el gramón todo cortadito, pinchudo y básicamente igual destaca como una mancha cualquier hoja que no cumpla el absurdo sueño delirante de la simetría.
Yo, que nací en el mar, inculta en todo sentido terrenal me planté un día (nunca mejor dicho) a mirar la mala hierba que creía junto a mis tomateras.
No me parecía para tanto. Inicialmente crecía inocente. Salía un pequeño brote. Una verdadera ilusión cuando miras y riegas desde hace semanas una tierra marrón y yerta. Posteriormente comenzaba a hacer esas cosas típicas y particulares de las plantas, como ponerse turgente y alegre tras la lluvia, o respirar, o ser verde, o cosas así. Nada particularmente espantoso. Salvando el hecho, claro está, de estar en un tiesto que yo había declarado territorio de mis tomates.
Realmente el único mal de la mala hierba (bendito lenguaje despectivo) es estar donde alguien (el hombre) considera que no debe estar. Es un vegetal inútil ya que no cumple ni cánones de belleza de jardín ni es producto de consumo. Malísima, malísima hierba. Altiva y digna entre hortalizas, compitiendo por sobrevivir.
Ahora recuerdo tantas y tantas fábulas y metáforas sobre la siembra. Sobre la constancia del riego. Sobre buenas y malas semillas… Es sorprendente como nos gusta decidir y controlar todo lo que está en nuestra mano. Pero les contaré un secreto de total ignorante del campo. Lo  diré bajito y a medio susurro ((((…aún si no sembráramos…ni aráramos…ni ordenáramos…ni valláramos… la tierra sería fértil))))). Quizás sería una especia de desorden a nuestro parecer. Quizás convivieran mala y buena hierba. Quizás reinaría la anarquía…de millones de plantas alzándose con dignidad. Todas respirando, generando oxígeno y vida.

Y como yo nací en el mar… le dedico este escrito a mi manera, a modo de sal lamiendo herida…
A la mala hierba…
A mí, que fui náufraga en tierra desconocida…foraster…mala hierba…
A una marea impactante y digna que fue hacia donde soplaba la ventisca, para reclamar su derecho a vivir y ser….mala hierba…arrancada a palos y vilipendiada en Madrid…sesgada…sin que consiguieran arrancar su simiente….mala hierba…mareas por la dignidad…mala hierba…
A esos náufragos….mala hierba….que se traga el mar cada día….Cuyo único mal…era estar donde no debían estar…mala hierba…


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