Será porque nací en el
mar. Y acumulo un gran depósito de ignorancia sobre la tierra en general. Será porque nací en el
mar, ahora el campo y la ancestral técnica de la agricultura no dejan de
sorprenderme y de maravillarme. De enseñarme. Pocas cosas enseñan más que
sembrar algo y esperar a verlo crecer. Y no en el sentido poético. Uno ha de
tener paciencia y pasar tanto tiempo observando que da mucho que pensar.
Será que nací en el
mar y miro con la inocencia que un niño miraría la iridiscencia de un prisma,
la magia de un arcoíris. A veces montada sobre mi lengua desatada de poeta, mis
sentidos expuestos de ser de piel.
A veces lo que digo es
hermoso. Dedico palabras y palobras al destino, a la fuerza y a la savia. Hoy,
lo advierto, no habrá belleza. Cierre los ojos y los oídos a quien le moleste
mis palabras. Recuerden, yo nací en el mar. Soy exploradora de un mundo que no
es el mío. El perro que ladra y muerde y juega con un globo. Hasta que explota.
La mala hierba
La mala hierba crece rápidamente y a raudales. Crece y se
dispersa. Va donde la lleva el viento. Ya sea a los bordes de los caminos, en los campos en siembra, entre
el césped del jardín. No respeta límites ni labranzas. Es más prolija cuanto
más fértil sea el suelo.
La mala hierba es el temor del agricultor y el jardinero que
temen que robe los nutrientes del sustrato, el agua y el oxígeno a sus queridas
plantas de cultivo. La mala hierba es una intrusa.
En resumen. La mala hierba es una toca pelotas. Hay que
salir de tanto en cuanto al campo y arrancarla. Nadie sabe cuál es su utilidad.
En el césped es fácil adivinar cuál es la mala hierba. Entre
el gramón todo cortadito, pinchudo y básicamente igual destaca como una mancha
cualquier hoja que no cumpla el absurdo sueño delirante de la simetría.
Yo, que nací en el mar, inculta en todo sentido terrenal me
planté un día (nunca mejor dicho) a mirar la mala hierba que creía junto a mis
tomateras.
No me parecía para tanto. Inicialmente crecía inocente.
Salía un pequeño brote. Una verdadera ilusión cuando miras y riegas desde hace
semanas una tierra marrón y yerta. Posteriormente comenzaba a hacer esas cosas
típicas y particulares de las plantas, como ponerse turgente y alegre tras la
lluvia, o respirar, o ser verde, o cosas así. Nada particularmente espantoso.
Salvando el hecho, claro está, de estar en un tiesto que yo había declarado
territorio de mis tomates.
Realmente el único mal de la mala hierba (bendito lenguaje
despectivo) es estar donde alguien (el hombre) considera que no debe estar. Es
un vegetal inútil ya que no cumple ni cánones de belleza de jardín ni es
producto de consumo. Malísima, malísima hierba. Altiva y digna entre
hortalizas, compitiendo por sobrevivir.
Ahora recuerdo tantas y tantas fábulas y metáforas sobre la
siembra. Sobre la constancia del riego. Sobre buenas y malas semillas… Es
sorprendente como nos gusta decidir y controlar todo lo que está en nuestra
mano. Pero les contaré un secreto de total ignorante del campo. Lo diré bajito y a medio susurro ((((…aún si no
sembráramos…ni aráramos…ni ordenáramos…ni valláramos… la tierra sería fértil))))). Quizás sería una especia de desorden a
nuestro parecer. Quizás convivieran mala y buena hierba. Quizás reinaría la
anarquía…de millones de plantas alzándose con dignidad. Todas respirando,
generando oxígeno y vida.
Y como yo nací en el
mar… le dedico este escrito a mi manera, a modo de sal lamiendo herida…
A la mala hierba…
A mí, que fui náufraga
en tierra desconocida…foraster…mala hierba…
A una marea impactante
y digna que fue hacia donde soplaba la ventisca, para reclamar su derecho a
vivir y ser….mala hierba…arrancada a palos y vilipendiada en Madrid…sesgada…sin
que consiguieran arrancar su simiente….mala hierba…mareas por la dignidad…mala
hierba…
A esos náufragos….mala
hierba….que se traga el mar cada día….Cuyo único mal…era estar donde no debían
estar…mala hierba…