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jueves, 15 de diciembre de 2011

Quién tuviera la sencillez en la palabra para sin dar muchas vueltas escribir, fácil y sencillo lo que se quiere decir.
Yo no la tengo. No desde que me robaste la poesía a golpe y porrazo de sonrisas perturbadoras.
No desde que busco un lugar en el mundo, tan lejano que mi corazón no pueda alcanzarme.
Desde que rompiste la integridad de mi sexualidad y mi esperanza.
Ya no queda nada sencillo.
No en este mundo de sobresaltos precordiales.
No en el nacimiento del verso, en el vertiginoso abismo de la vida.
Quién tuviera la madurez temprana de la fruta,
para caer irremediablemente en los brazos del vacío.
Lejos, lejos de tu inexistencia o lejanía.
Donde esta plaga de recuerdos haya pasado
y mi cuerpo convaleciente vuelva a estremecerse
en la verdad de un mundo donde la belleza no quede prohibida.
Quién tuviera la sencillez de la palabra adiós.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Papeles mojados

Para ser escritor tienes que sorprender, usar palobras (palabras brutales sacadas de diccionarios cultísimos)y giros gramaticales hacer incomprensibles...

Para ser fotógrafo la clave es hacer fotos y sacarlas en GRANDE, EN GRANDEEEE...

Para triunfar hay que ser líder y eficiente y competitivo...

Para seducir...escalera de corazones...saber jugar y tirarte un farol...apostando fuerte, claro...

Para convencer blabla tienes que blabla hablar mucho y muy blabla rápido, para no dar tiempo a blabla pensar (¿pensar?).

Para sorprender basta que copies las sorpresas curradísimas de las películas.

La cultura es para los cultos, que son gente que saben demostrar que leen o van al teatro (da lo mismo que se queden dormidos).

Las chaquetas y las corbatas sacan a pasear a sus ejecutivos a eso de las ocho, para cumplir su papel de ser vistas.

Para ser artista da igual lo que hagas, lo importante es que lo cobres bien.

Para ser agradable basta un pequeño tomo de frases hechas (lo malo es que lo venden en volúmenes de a uno y lo difícil es encontrar el volumen adecuado en el momento justo).

Voy por la calle y veo la acera llenas de papeles. Papeles que esperan ser representados.

Llueve y todo el mundo corre a refugiarse con la cabeza gacha, nadie quiere ser papel mojado.

Nos replegamos sobre nosotros mismos (papiroflexia)...

Y deseamos cambiar los papeles con cualquiera y llevar corbata, pasar por cultos, seducir con nuestras palobras, cobrar por nuestro arte, hacer cosas grandes, GRANDES...

Pero cuando la lluvia corre por nuestro rostro y nos quedamos sin un papel que representar... cuando perdemos los papeles...cuando nos encontramos con nosotros mismos...

Tenemos miedo.


(Conclusión: Como es el hombre del saco un invento feroz de los adultos para controlar a los niños,los papeles son un invento feroz de las aceras de las ciudades, que se usan para educar a través del miedo, la conducta de los adultos).

Cuando nos encontramos con nosotros mismos...
Tenemos miedo.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Un día salí a la noche y quise una estrella. En universo se expandió y se contrajo. Pero nada, absolutamente nada, de lo que hiciera, sirvió para alcanzarla.

Una noche salí al día, y quise que no se apagaran las horas de luz. El sol danzó ante mis ojos. Pero nada, absolutamente nada , de lo que hiciera me sirvió para alcanzar un solo rayo.

Entre una noche y una mañana, esperando, recogí el rocío del amanecer. Quise atraparlo. Pero nada, absolutamente nada, me sirvió para atreverme a levantar los ojos y mirarlo.

A mis espaldas, sin que yo pueda verlos, escondiéndose entre las sombras, me siguen a diario una estrella, un rayo de sol y mil amaneceres. Yo sigo buscándolos en el cielo. Y ellos siguen jugueteando conmigo en la tierra. A veces pienso que debí estudiar astronomía.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿Por qué no?

Siempre desecho muchos de mis escritos, principalmente mi poesía. Es normal, literariamente no vale mucho la pena. Hoy estaba buscando relatos míos que merecieran la pena ser trabajados, para conseguir algo digno de leer. He llegado a varias conclusiones:
-Número uno: ninguno es gran cosa
-Número dos: a mí me molan todos muchísimo. Serán porque me expresan y son tan parte de mí como mi mano o mi pie.

Así que ¿por qué no compartirlos? También son trozos de mi vida, también muestran una parte de mi.
Así que allá vamos con una de poesía (o algo por el estilo):

POEMA DE MEDIA NOCHE

Te miro
me miras
nos miramos.
Tiramos
hacia nosotros del mantel del universo
volcamos platos, vasos, estrellas y cometas.
Giramos veletas
con nuestro aliento.
Dominamos el viento
entre nuestras respectivas bocas.
Nos reímos de lo imperfecto
y cabalgamos desbocados sobre las olas.
A solas
en ti me miro
en mí te miras
nos miramos.
Alcanzamos
lo que no pudimos con los brazos estirados.
Morimos sin saber bien el motivo.
Resucitamos
cautivos uno presa del otro.
Nosotros:
no tú ni yo sino nosotros.
Ni te miro, ni me miras,
nos amamos
sin importar el fuimos ni el seremos
ni de donde venimos y ni a donde vamos.
Buscamos sedientos
el desierto
y sin saber donde estamos
nos bebemos nuestras almas.
Sin prisas.
Sin calmas.
Desdoblamos el espacio,
desaparecen las dimensiones
que separan los cuerpos.
Despacio,
flotamos en la intangencia
del que es sólo uno.
Inoportuno,
el tiempo y su impaciencia
nos insta a desistir
pues teme podamos vencerlo.
Y no sin razón pues detenerlo
está en nuestras manos.
Nos miramos.
Deliramos.
Como si nos robaran el ahora
rasgamos los segundos y minutos
los convertimos en horas.
Nos cargamos los relojes
hacemos cola
a la puerta del Paraíso.
Ruborizamos a San Pedro.
Caemos en el abismo.
Nos exorcizamos.
Respiramos.
Cada cual vuelve a ser él mismo.
Sonreímos.
Nos miramos.
Me miras.
Te miro.
Nos abrazamos.
Y dormimos. (y soñamos)


TE SALUDO


Te saludo
con mis ojos entrecerrados por el sueño te saludo
y me voy despertando en húmedos parpadeos sólo para saludarte
y cuando me acerco ya te has ido
de nuevo a dormir a la periferia de mis sueños
donde nunca puedo alcanzarte.

Y entonces…
entonces… abro los labios
en el desesperado beso de despedida.
Pero ya te has ido con los últimos rasgos de la noche,
a recoger tu imagen en mismísimo seno azul del fuego.
A refugiarte en esa escurridiza llama
que me incendia bajos los pliegues de la vida.

Te has ido, y en la despedida,
congelada,
he vuelto a romper sin medida cacharros absurdos,
llenando el mundo de pedazos inservibles de esperanza s y temores.

Y soy consciente de que sólo me queda cerrar los ojos y esperarte.
Esperar a que esta noche,
cuando vuelva a los placeres voluptuosos del sueño,
aunque sea en forma de reflejo o visión o sombra,
vuelvas a mí.

Y a la despedida,
prometo esta vez no abrir los ojos,
quedarme contigo para siempre,
abrazados en el supremo mundo donde ninguno de los dos existimos.
En el recuerdo de ésa, nuestra vida
en el feroz hipocentro del mundo.

Allá,
allá donde no existe la mañana
y podemos desearnos para siempre
buenas noches.


NO VENCERÁ LA ADVERSIDAD



No vencerá la adversidad
Ni vapuleará tu alma este anochecer en el mediodía.
No vencerá ni el pasado ni el futuro
Porque tú desde que naciste del seno
De la madre tierra estabas destinada al ahora.

No vencerá la adversidad
Porque volverá la embaucadora llama de las velas, titilante
A iluminar tu camino.
¿Para qué las luces artificiales e inexpresivas?
Los ojos del alma, esos son con los que tú reluces.
Y nunca, nunca, los apagará la adversidad.

Ahora se quiebra tu voz y hasta tu silencio.
Aparece tras de ti cabizbaja tu sombra
Portando los retales de vida que vas dejando en el camino.
Y sin embargo te esperan,
Entre los arbustos y los gorriones
Entre las fuentes y los nuevos atardeceres (ahora vespertinos)
Las sonrisas y los abrazos y los besos.

No, no te vencerá la adversidad.
Porque improvisas primaveras por las esquinas
Y floreces con ellas y haces florecer contigo.
Génesis primigenio de esperanzas.

Contigo, magia creadora y recreadora
no podrá la adversidad.

viernes, 15 de julio de 2011

La mujer de arena

La luna me está mirando, llena casi como un plato y el mar... hoy sí que es de plata. Cierro los ojos y trato de acomodar mi respiración a un ritmo adecuado. Pero la sangre me golpea con una fuerza, que necesita todo mi resuello... No tengo valor para volver a subir los párpados. El agua lame mis pies, pero no encuentro placer en ello... Sé que cuando vuelva a mirar, no estará ahí.

A la de una, a la de dos, a la de tres...

Un muñeco de arena me sonríe, descomponiéndose levemente por culpa del levante. ¡Parad los vientos por favor! ¡Parad los vientos! Grito desesperada en medio de la playa desierta, en la noche desierta. Mi voz resuena en los barrancos. Mis lágrimas, que caen sobre sus impersonales ojos de tierra, aceleran su fin.
La marea que sigue subiendo, se llevará los trozos que queden de él, a alguna otra parte. Me gustaría y sé que a él le gustaría acabar en algún arrecife de coral, redeado de peces de colores. Quizás en la próxima luna llena, ser una de sus escamas.

Me advirtió que era un sueño, pero ¿acaso no somos todos seres soñados? Imágenes construidas de pedazos pequeñitos, minúsculas montañas y castillos de arena, agua y aire.

Una noche de luna llena como hoy llegó a una playa, llorando a los mares: pidiendo ser piedra para no sentir. Y yo le devolví la vida poco a poco, beso a beso. Como el río que dibuja cañones, o el viento que deshace a la montaña. Le convertí en arena, en nada. Me convirtió en arena en nada. Aquí estamos pulverizados. Muñecos. Granos que se deshacen, montículos de antigua vida...

A la de una, a la de dos, a la de tres...

Se atreve a abrir los ojos. Me mira. Piensa "no está nada mal mi muñeca". Y juguetea con mis manos, obra de sus dedos y también de su congoja. A mí me gustaría gritar, que mi voz retumbara en los barrancos: "que se paren los vientos". Pero los vientos siguen, las olas me siguen lamiendo los pies y amanece. Y ya él no pide ser piedra. Lo he curado. Querría seguir acariciando su piel, y en el fondo lo hago. Mientras no salga de esta playa, mientras queden granos de mí en su colchón seguiré estando viva... Qusiera que lo supiera...que le devolví la vida poco a poco...beso a beso...
Pero no puedo hablar...yo sólo soy un ser soñado.

lunes, 11 de julio de 2011

Rebelión en la cocina

Despierto. Saco de no sé dónde una cafetera. La lleno de agua. Café. La enrosco. ¿De dónde saqué la cafetera? Abro el microondas. Intento meter la cafetera en él. Pero algo no cuadra. La cafetera no cabe. La miro hostil. ¿De dónde has salido, cafetera? Desde su curva me mira mi propia cara deformada. ¿De dónde has salido, Ina?. En un acto de paciencia matutina la desmonto, para ver si la he armado como siempre. Café, agua, enroscado. No es demasiado difícil. Pero no cabe. ¡No cabe! Inclino la cabeza como si con ello ayudara al pensamiento. No entiendo nada. Dejo la cafetera sobre uno de los fogones de la cocina. Y me dirijo al baño.
Entonces, antes de salir por la puerta de la cocina, una luz ilumina mi mente. Me vuelvo. Veo mi rebelde cafetera reposando plácidamente en el fogón, como si estuviera donde debería estar. Como si hubiera consumado su propósito de poner fin al autoritarismo de mi sueño.
Empiezo a reírme. Rio a carcajadas. Me tiro literalmente en el banco de la cocina a reírme.
Cuando se me pasa la risa enciendo el fuego. Cierro el microondas. Sigue impávido, no tiene tanta personalidad como la cafetera.
Me encamino de nuevo al baño y escucho a Bob Dylan protestando desde mi cuarto porque ya debería estar hecho el café.
Salgo de la ducha justo en el punto más álgido de la batalla de la voz de mi cafetera con la de Bob Dylan. La retiro del fuego. Vierto un dedo de leche en la taza para batirla y conseguir un poco de mi ya ritual espumita. Luego mezclo leche y café a partes iguales. Aspiro el aroma. No hay nada como comenzar la mañana riendo a carcajadas.
Me siento ante el ordenador a escribir, con mi tan sufrida taza de café.

- Lo siento Bob, hoy había rebelión en la cocina.

Pongo un “posit” amarillo al lado del que dice “Por muy tarde que llegues, no metas los apuntes en el congelador”. Este lo escribo en mayúscula: “RECUERDA SUBIRLE EL SUELDO A LA CAFETERA”.

[A veces la vida supera a la imaginación]

jueves, 23 de junio de 2011

Historias del circo I

I. EL DESEQUILIBRIO

Nunca nadie manejó el arte de volar como Shedu. El suyo era un tiempo agradable para los niños y para el circo, aunque usar Shedu y tiempo en dos frases consecutivas bien podría destrozar toda la veracidad de mi relato: porque cuando Shedu subía al trapecio, el tiempo dejaba de existir...

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Fue el tiempo lejano y parcialmente olvidado en el que yo era una niña de ocho años que descubría por primera vez el circo. Ese verano cambió todo o terminó todo o quizás empezó todo... Lo cierto es que fue un verano feliz.

Mi casa era una de esas que aún quedaba a las afueras de una ciudad en constante crecimiento, y por eso yo envidiaba a mis amigas que ahora en vacaciones podrían pasear por calles llenas de gente y ver a los mimos y músicos en las grandes avenidas peatonales. Por mi parte, pasaría el verano recogiendo lagartijas y caracoles come-girasoles de la vereda, tirada en las horas de puro sol bajo los olivos esperando aparecer los duendecillos de las aceitunas.

Un par de veces al día pasaba el tren y yo lo observaba muda sobre mi cabeza...siempre sobrecogida por la idea de que un monstruo enorme y ruidoso de metal transitara por encima mía. Desde pequeña mi padre había intentado explicarme que es normal si vives en la loma de una montaña que haya cosas sobre ti. Pero a mí no me parecía tan lógico: las cosas pesadas debían estar definitivamente unidas al suelo y las más ligeras sobre ellas. Era mi más firme convicción infantil sobre la disposición de las cosas y por ello era verdad: pura física, pura lógica y puro equilibrio.

Ya habían pasado los diez primeros días de julio y el aburrimiento se estaba apoderando de mí. Había conseguido entretenerme unos días en la construcción de una casita de madera para mi gallina favorita, y luego un par de ellos persiguiéndola para intentar que entrase en ella. A ello le siguieron un par de días de desilusión y después...nada.

Pero ese verano iba a ser diferente: a los pocos días empezaron a llegar a la explanada junto a nuestra casa camiones, coches y caravanas... Pregunté intrigada: era el circo. Mamá me dijo que tuviera cuidado con los circeses, que podían ser gente muy extraña. Siempre he creído que los padres no saben el reclamo que resultan las palabras “extraño” o “peligroso” para los niños.

Esa misma tarde paseaba entre las caravanas y los camiones, de donde gente por lo demás bastante normal, descargaba disfraces llamativos y multitud de objetos desconocidos para mí. Me quedaba embobada escuchando las órdenes enfadadas de uno, las bromas celebradas de otros, pero justo ese día vinieron mis primos a casa y mi madre vino a buscarme con cara de pocos amigos.

Al día siguiente me levanté con la idea fija de buscar a los payasos y me perdí entre caravanas y ajetreados circenses, sin encontrarlos. En un momento dado me llamó la atención las faldas vaporosas de bailarina que llevaban unas mujeres por allí...me acerqué a ellas pero entraron corriendo bajo la carpa.

Hablaba a ratos con mucha gente distinta y Mauricio, uno de los domadores, siempre me invitaba a limonada fría cuando empezaba a caer la tarde, después de haber terminado su actuación vespertina.
Me había enamorado del circo y a ratos quería ser contorsionista, payaso o domadora. Lo extraño es que me encantaba lo que ellos me contaban que era el circo, pero nunca había estado bajo la carpa para ver sus actuaciones. Me parecía emocionante lo que Maricio hacía con los leones o chistoso eso de que Luis le tirara tartas en la cara a Luca. Pero los leones o incluso las tartas sólo eran producto de mi imaginación. Por eso esa tarde, cuando conocí a Shedu, sólo pude imaginármelo agarrándose a las telas y colgándose de ellas: pero no me pareció hermoso ni grácil, porque mi mente no podía concebir la idea de que un hombre de su tamaño pudiera simplemente alzar los pies del suelo.

Para mí el trapecio, la cuerda aérea o la tela eran territorio de la mujer, ligera aunque fuera fuerte, capaz de moverse en el aire por su arquitectura ligera y nada angulosa.
Y sin embargo todos decían que ver a Santi en el aire, era el mejor espéctaculo del circo.
Creo que no lo conté antes: Shedu se llamaba Santiago Pérez, pero le habían cambiado el nombre porque no era artístico. La verdad, yo tampoco creería nunca que alguien que se llame así pudiese volar, pero era un nombre bonito: así se llamaba mi abuelo el de la costa, el que tenía el barquito e iba por las rocas recogiendo cangrejos y burgaillos. Se lo conté, pero no sabía que era un burgaillo, lo mismo sólo existían en el sur (pensé yo). Él a cambio me contó la historia de por qué Shedu. Yo sin embargo sólo lo escuché a medias, pensando como estaba en el vaivén de la barquita del abuelo.

Pasadas las primeras semanas, la gente empezó a comprar menos entradas y quedaban asientos libres así que me invitaron a entrar y ver por una vez el verdadero circo.

El simple hecho de atravesar el hueco que las dos telas de la carpa dejaban libre para pasar al público era emocionante. Dentro, cientos de niños sonreían, miraban a todas partes, se entusiasmaban e impacientaban mientras cientos de adultos trataban de disimular lo entusiasmados e impacientes que estaban, mirando a todas partes... Un redoble..., luces que se apagan..., luces que se encienden.., humo..., Antón que vestido de lentejuelas nos saluda y nos da la bienvenida a su circo...

Y así comenzaba la magia...Nunca ni en mi más fantástica imaginación de niña pequeña y creativa hubiese sido capaz de imaginar aquello. Las imágenes y sentimientos se agolpaban en mí, de forma que no sabía si quería reír, llorar o incluso a veces gritar de miedo al ver a los verdaderos leones, las verdaderas tartas, los verdaderos bailes.

Pero nada cambió mi vida como el momento en el que vi a Shadu subirse a las telas y al trapecio.
Su espalda y su pecho, ahora semicubierto con una malla ajustada, se veían más grandes aún que cuando vestía ropa común: sin embargo sus músculos y tendones, contraídos para hacer el esfuerzo de sostenerse en el aire, no parecían darse cuenta del esfuerzo. No temblaba, no dudaba.
Giraba, se envolvía, se balanceaba, se dejaba caer, se sostenía con los pies. Volaba.
Y yo temblaba, dudaba, contenía el aliento, me sentía caer. A veces quería girar la cabeza o mirarme a los pies, pero como un imán su imagen volvía a atrapar mi mirada.
A veces sentía que yo era la que estaba bocabajo. Y entonces comprendí que yo no sabía nada de la física.

Comenzó a columpiarse y sus brazos, demasiado grandes para que parecieran alas, demasiado toscos en tierra, parecían continuación de la tela en el aire. Ligeros, suaves. Entonces se soltó y literalmente planeó por los aires hasta alcanzar un trapecio en el que ninguno de los que estabábamos allí habíamos reparado antes. Mi corazón se paró, dejé de respirar, y comprendí que si él estaba vivo y todos nosotros (helados, sin sangre ni oxígeno en nuestras venas) seguíamos vivos, era porque el tiempo se detenía. No era lógico, pero tuve una firme convicción infantil de que era verdad. Quizás hasta ahora, yo no sabía nada de la lógica.

Y tras quién sabe cuánto tiempo más, o no-tiempo más estuvo allí, haciéndonos creer lo imposible, hasta que tras un triple giro cayó de pie sobre la tierra, apelmazada por unas cuantas actuaciones y por el miedo al aterrizaje. Y el circo se puso en pie. Los corazones de repente volvieron a funcionar, el tiempo volvió a su sitio, se sacudieron los cuerpos en vítores y palmas. Y yo me sentí mareada, no podía seguir viendo nada más. Como estaba junto al pasillo me levanté y comencé a bajar las escaleras, temblaba. Tropecé y rodé hasta el final. Tampoco sabía nada del equiibrio.

Ni que decir tiene que esa noche no pude dormir, ni las siguientes. Me había enamorado de Shedu, de Santi como me gustaba imaginar que le llamaba. Y pasé todo el verano unida a los circenses y al trapecista. A veces le bromeaban a Shedu, sobre la niñita que le perseguía a todas partes y le idolatraba. Pero él siempre era amable conmigo y yo sólo soñaba con crecer.
Fui invitada a cada una de las actuaciones, que al acercarse a mediados de agosto estaban ya casi vacías de gente. Y un día cuando me levanté por la mañana para ir a visitarlos, se habían ido. Lloré durante días por lo que me tomé como una traición y un desamor, ambas cosas juntas.
Pero lo peor era ver la explanada vacía, cubierta por las huellas y los recuerdos de lo que fue un verano perfecto.

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Ese verano cumplía veinticinco años y acampaba con unos amigos en la costa de Cádiz. Había decidido irme al sur después de tanto tiempo, a rememorar la infancia con mis abuelos andaluces y a averiguar qué eran los burgaillos esos de los que siempre hablaba mi padre.

Estábamos pasando un verano magnífico, disfrutando de la playa y de la gente. Cantando y riendo.
Un día vimos un cartel del circo. Hubiese reconocido la cara de Luca en cualquier parte, por mucho tiempo que pasara.

Nadie entendió mi cambio de ánimo y mi posterior insistencia para que fuéramos. Siempre había criticado al circo, en mi despecho por haberme dado lo más hermoso y de golpe arrebatármelo un día. Sin embargo había algo dentro mía que necesitaba ver de nuevo a Shedu.

La tarde del espectáculo para el que teníamos las entradas, me colé por entre las caravanas, que seguían todas iguales. No me costó encontrar la del trapecista. Llamé. Una mujer bonita en mallas rojas me abrió la puerta. De repente todo dejó de tener sentido. Hacía 17 años de aquél verano. La ciudad se había tragado ya mi casa, la explanada e incluso puede que mi alma y allí estaba yo, persiguiendo mis ilógicas fantasías de cuando tenía 8 años.

- ¿Eeeeee....eeeeee....está Santi?

Shedu se acercó a la puerta y me vió. Tuvo un momento de duda pero entoces sonrió con su sonrisa franca y me abrazó.

- ¡Pequeña! ¡qué sorpresa!

Salimos a hablar, y caminamos acercándonos a la playa. La gente se sorprendía: ya llevaba puesta la ropa para la actuación. No parecía haber pasado el tiempo por él, sin embargo yo sí que había cambiado y las leyes de la lógica también.

Reímos, nos contamos nuestras respectivas vidas y cuando iba a irse le besé. Así yo creía cumplir un rito y dar por acabada, ahora, mi niñez. Como cuando te das cuenta de que tus héroes no son reales, yo acaba de hacer terreno al hombre que yo misma convertí en épico.

Y a la hora de entrar bajo la carpa, cuando volví a sentir esa sensación de emoción, algo parecido al miedo se apoderó de mí. Un vértigo indecible. Dije que me había dado mucho el sol, nos fuimos al camping de vuelta...

A la mañana siguiente el circo canceló sus actuaciones, todo el mundo hablaba de trágico accidente.
Él era capaz de volar, de alcanzar el cielo y codearse con los dioses. Yo introduje en él el desequilibrio, como un mosquito que contagia de una enfermedad letal. Ese día los brazos quisieron ser brazos y no alas...

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Yo introduje en él el desequilibrio...Y lo introduje en mí. ¿A dónde estarán las leyes de la física? ¿A dónde la lógica? Las busco tras los cuadros, bajo la cama, entre los granos de arena, en las despiadadas calles de la ciudad. Los altos edificios se alzan hacia al cielo, en otro intento de los hombres de acercarse a los dioses (quisiera pensar que la gente no se hacina por otro motivo). Sobre nuestras cabezas vuelan millones de cacharros enormes de metal, nada gráciles, nada ligeros. Yo abro las bocas de la gente que me encuentro por la calle buscando dentro la lógica...pero no está...no está... Ellos se indignan demasiado. En los libros, en los rostros...no queda rastro del equilibrio...No. No queda rastro del equilibro...

lunes, 13 de junio de 2011

Torre vigía

(Aviso a navegantes: es un texto largo porque es la adaptación de un cuento para contar.)

Hay una plaza en Cádiz a la que uno sólo llega cuando no se lo plantea. Está tan escondida, que es imposible buscarla de antemano. Tropezarse con ella mientras se deambula es la única forma de encontrarla. En esa plaza, uno se encuentra con el destino.

No estoy siendo metafórica: “El Destino” es una pequeña torre vigía de una finca del siglo XVIII, a la que se accede desde una tienda de antigüedades llamada “Sirenas”.
Para los que no conozcan mi ciudad les explicaré que el centro de Cádiz está repleto de casas que en sus azoteas tienen torres desde las que se puede ver el puerto, construidas por los comerciantes ricos de la época para vigilar la entrada y salida de mercancías.

Mis pasos me habían llevado ya dos veces anteriores a ella: a sus dos bancos, a sus dos naranjos, a la pequeña fuente cubierta de verdín... Pero ninguna de esas veces iba sola, como para dar rienda suelta a mi curiosidad. La primera caminaba con unos amigos imbuidos en una conversación intrancesdente, pero muy interesante. No me paré demasiado en observar ni guardar detalles de la plaza pero adivinando su gran potencial poético y ávida de nuevas teorías e historias, traté de recordar los pasos que dimos ese día y así saber al menos la zona por dónde buscarla. Durante semanas pasé de vuelta de clase por la misma calle, jurándome y perjurándome que estaba allí.

La segunda vez era de madrugada, y estaba tan ebria de amor que se me desdibujan los pasos y las horas y las calles. No es extraño, creo que recuerdo besos en cada portal, hecho que en la práctica es potencialmente improbable. Sólo sé que cuando me escurrí sobre su pecho en un banco húmedo por la bruma de la noche, un azahar cayó sobre mi hombro. Aspiré su aroma y embriagada escuché correr el agua. Entonces separé mis labios de su boca, levanté los ojos, y vi frente a nosotros ese cartel de madera que anuncia, “Sirenas. Antigüedades.” Reconocí la fuente. Sonreí al descubrir que mi intuición sobre la poesía que desprendía la plaza era cierta. Y no volví a pensar mucho más, porque mi corazón ahogaba a gritos a mi razón y mi consciente.

Y bueno, tuve que esperar años, hasta que encontré mi Destino. Fue una tarde de principios de junio, extrañamente fría y nublada para las fechas. Había dado un paseo junto al mar y me había tirado en una roca junto al Castillo de San Sebastián. Sólo se escuchaba el mar y se olían las algas. El murmullo de una tarde de playa en la Caleta se lo habían llevado las nubes oscuras y el frío poniente. Y de mí se apoderó un estado de felicidad (y misticismo como diría mi hermana) que me hace ir por las calles como loca, sonriéndome sin interesasrme en absoluto a dónde voy.

Giré una esquina y caminé por una calle como cualquier otra, que me sonaba ligeramente. A mitad de la calle miré a la izquierda y no terminé de creérmelo: allí estaba la plaza y allí estaba yo, sola y contenta y curiosa y atemporal. Me senté en uno de los bancos a mirar y escuchar un rato el agua de la fuente.

Saqué mi libreta para empezar a escribir, pero antes de haber puesto ni una sola palabra, escuché un crujido que provenía de la puerta de la finca. Era el viento moviendo el cartel de Sirenas. Hasta ahora no me había dado cuenta que la puertecita de la tienda de antigüedades estaba abierta. Cerré de inmediato el libro. No me gusta ir de tiendas, salvo algunas excepciones: jugueterías y farmacias por la cantidad de colores, tiendas de verduras y frutas por los olores y tactos, tiendas libros y objetos antiguos por pura curiosidad...
Además ya le había dado algunas vueltas al nombre: en sí ya tenía poesía y no tenía nada que ver con los de las típicas tiendas de nombre en francés y dependienta empalagosa y clasista. Tenía pinta de ser algo más marinero, más gaditano.

Entré y hubo algo, no sé muy bien el qué, que se me movió dentro. En una hilera a mi derecha, mirando todos hacia un mostradorcillo de madera, había reproducciones de barcos de vela: en madera, en metales, en cristal. Una figura de un marinero pintando su barca. Dos sirenas mirando al horizonte sobre la Piedra Barco. Un nenúfar en un cuenco de agua. Un móvil con el modelo geocéntico. Un laúd. Relojes de arena y solares. Millones de cosas que no sabía lo que eran. Gramolas. Discos de vinilo. Sonaba Gardel, cosa que me pellizcó de nuevo en algún lugar de mi hemitórax izquierdo. Una figura antigua de cerámica que representaba un barbero. Me emocioné.

Buenas tardes.- Me saludó un hombre desde el mostrador.

Yo, que veía borroso, através de mis emocionados ojos me encontré con esos ojos azules profundos, surcados de arrugas y sólo acerté a decir: -Mi abuelo era barbero..... y... guardagujas en los trenes..... Lo de barbero en realidad eran unos ingresos extras.......Pero aún me pregunta la gente mayor del barrio si soy la nieta del barbero.....
Me sentía un poco idiota contándole todo eso como respuesta a su saludo, sin conocerlo de nada.

El comentó: -La música también ayuda ¿no?
Lo miré atentamente y él dibujó una sonrisa tan enternecedora, que me volvió a pasar: sin poder evitarlo le estaba contando cosas sobre los mercados de antigüedades de San Telmo y sobre Buenos Aires. Él, creo que conmovido por verme con las emociones tan a flor de piel, me habló sobre una amante suya argentina. Bromeamos un poco sobre el chamuyo argentino. Y al poco rato estábamos riendo de todo y él me contaba uno por uno como consiguió los objetos de su tienda.

Su historia era fascinante: había sido fotógrafo de cierto prestigio. Su trabajo le había llevado por todo el mundo y su carácter afable le había hecho conocer a personas increíbles en circunstancias inimaginables.

- Durante toda mi vida guardé como recuerdos objetos que compré... que encontré... que me regalaron... cosas que diseñé e hice con paciencia. Esto que ves es el signo patente de que estoy vivo.

-Pero...no lo entiendo...¿por qué los vendes entonces?

- En realidad no vendo mucho, no sé por qué pasa poca gente por aquí. (En ese momento me recordé a mi misma caminando por Cádiz, intentando buscar la placita.) Pero cuando viene alguien, suele ser una persona sin prisa que disfruta la conversación: los recuerdos no atraen a quién vive por el mañana. Así que compartimos buenos momentos, ellos se llevan un trozo de mi vida y yo me quedo para siempre en las suyas.

Impresionada por su generosidad pero sorprendida empecé a decirle: -Pero...

-Ven conmigo. Tomemos algo.

No dudé ni un instante y le seguí entre los millones de objetos hasta la puerta por la que él había aparecido. No había trastienda. Todo lo que había para ver estaba a la vista del público.
Subimos por una escalera empinada entre trino de pájaros y macetas de geranios. Había salido un poco el sol.

-Bienvenida al Destino de las Sirenas.

Abrió una puerta de color verde donde acababa la escalera sin que uno se lo esperara. Entramos a una habitación pequeña con sólo un escritorio, libros apilados, un caballete con un cuadro y una silla. Estaba entera acristalada, a todos lados podía verse el mar.

-¿Café o té?- me preguntó- Café, por supuesto. No sé ni por qué te lo pregunto.

No me extrañó que sin que lo hubiera dicho, hubiese intuido lo que significa para mí el café. Si por algo sobresalía ese día era por las intuiciones.
Bajó por las escaleras y me dejó allí apabullada, sobreestimulada, demasiado llena de percepciones y sentimientos. Supongo que siempre es así la primera vez que uno ve El Destino.

Observé cuidadosamente los libros. Creo que se puede conocer mucho a una persona por su biblioteca. Las Ciudades Invisibles que casualmente yo acababa de terminar de leer, reposaba encima de una pila de títulos desconocidos para mí. Me conmovió ver allí ese libro, un día en el que mi ciudad me descubría un nuevo rincón. Esa tarde que parecía sacada sin duda de una de las historias de Marco Polo.

En la mesa, muchísimas figuras de papel, minuciosamente dobladas, se amontonaban. Rebujadas una sobre otras, costaba diferenciarlas. Pero se veía que estaban hechas con demasiado cuidado para que se las dejase así amontonadas por las buenas.

-Tenga señorita. Probablemente el café nunca haya probado unos labios tan dulces.

No era un piropo. Era una de mis frases. Yo sólo podía pensar en el Destino...

-Te dejé a medias una explicación...

Abrió el libro, arrancó una página al azar (Sofronia) en medio de una exclamación mía de sorpresa e indignación.

Y comenzó a hablar mirándome a los ojos, mientras con las manos doblaba y volvía a doblar suavemente el papel.

-Vivimos. Sentimos. Vamos surcando, acariciando el tiempo (su mano se deslizaba en ese momento sobre la superficie del papel), decidimos meternos entre los entresijos del mundo, dejando cicatrices (sus manos, demasiados precisas para su edad, daban la vuelta al papel y desde ese barranco azul de sus ojos observaba la marca que había dejado uno de los dobleces). Al final, El Destino es donde se amontonan todos nuestros actos y nuestras obras.

Se detuvo un momento, había acabado un barco de papel. Lo dejó junto con las demás figuras.

- Verás yo crucé medio mundo buscando mi destino, y en ese vivir siempre dejaba millones de cosas atrás, de las que guardaba sólo recuerdos en una antigua finca de mi abuelo. Un día tras uno de mis viajes, volví y me sentí terriblemente viejo y cansado. Me enfrasqué en los recuerdos y reviví mil historias. Pero al cabo del tiempo empecé a sentirme profundamente solo.
Un tinte de amargura escapó en su voz, y ahora sus ojos azules eran más azules y líquidos si se puede, más parecidos al mar que nos cercaba de lejos.

"Un día mientras pintaba ese cuadro que ves en el atril y miraba al mar, me di cuenta de que me había pasado media vida dejando atrás lugares y personas por perseguir a mi destino y la otra media cargando con el recuerdo de lo que había dejado atrás sin poder liberarme de ello.
Ese día decidí que a las cosas a las que amas tienes que dejarlas ser libres. Y yo amaba mis recuerdos, los amaba más que a nada: tanto que me encerraba en ellos y los encerraba en mí para no perderlos. Sin embargo era yo el que estaba perdido".

"Abrí la tienda. La llamé Sirenas por el canto que me había seducido hasta casi llevarme a la perdición y comencé a desprenderme de los objetos. Con sorpresa vi como al dar las cosas no sólo no perdía el recuerdo, sino que lo reforzaba y además amplificaba lo que significaba para mí porque me hacía pasar un gran momento mientras lo compartía.
Así cada día me fui liberando de las cosas que me ataban y me fui haciendo más libre. Salía cada vez más de mi casa, tenía más amigos: era feliz.

Este es mi Destino, Ina. No es un dónde, ni un cuándo, es un cómo. Llegué a él cuando dejé de anclarme en el futuro y en el pasado. Cuando pude andar sin importarme hacia dónde, valorando lo que se cruza en mi camino, las cosas sencillas, las personas.
Hoy es mi Destino, y es tu Destino. Nada tiene que ver con las poezas, es tu café y mi barco de papel. Es Gardel y el barbero guardagujas. El recuerdo de una noche de primavera en la que un azahar te rozó el hombro en un banco húmedo".

Y diciendo esto, abrió una ventana y uno por uno me iba mostrando aviones de papel, grullas y otros animales, flores, estrellas … y las soltaba al viento y veía cómo se iban. Se estaba liberando de las cicatrices que había dejado en los papeles, independientemente de que fueran sus obras y que fueran bellas. Porque a las cosas a las que uno ama hay que dejarles libertad para que crezcan.

Me contó muchas historias más. Cómo consiguió en el Caribe una planta que curaba la tristeza, mientras hablaba con un chamán en un viejo granero. Cómo le ganó al ajedrez a aquél secuestrador que lo liberó. Cómo sobrevivió a una tormenta en una balsa salvavidas. Me enseñó el reloj que encontró en la barriga de un cocodrilo. El hilo que le dió Wendy con el que había cosido la sombra de Peter Pan. Me contó la historia de la puta que quería ir a la luna, porque allí le esperaba su amante. La teoría sobre los gatos de una loca en el Campo del Sur. Las instrucciones para volar una cometa. Una patata a la que le escribieron una oda.

El sol, que al final había ganado a las nubes, empezaba a esconderse perezoso por las aguas de la Caleta. Yo comprendía que se estaba acabando la tarde y no quería que pasara el tiempo.

-Y ella, ¿quién era?- Le pregunté mirando el cuadro que descansaba sobre el atril y que le había hecho entender cuál era su destino...
-Ella... es mi obra más perfecta, de la que nunca lograré liberarme. Cada una de sus sonrisas y sus gestos está en ese cuadro...

No dijo nada más, recogió la bandeja con las tazas de café vacías y yo supe que debía seguirle. Dejar atrás una de las torres vigías más bellas de Cádiz. Dejar atrás el Destino.
Bajamos a las Sirenas. Él me regaló la figura del barbero.

Llorando salí de la tienda, y él cerró la puerta tras decirme adiós con la mano. Yo me senté un rato en uno de los bancos a que se me pasara la congoja y vi, al borde de la fuente, que seguía cantando ajena a mi tristeza, un barco de papel. No cualquiera, el que contenía a Sofronia, el que habían hechos sus manos mientras me hablaban sus ojos. Lo recogí, y entendí que no debía tener pena. No debía pesarme el recuerdo de lo vivido, sino alegrarme de haberlo vivido y regocijarme en la alegría de haber tenido una tarde colosal.

A veces, cuando ando un poco triste, me tienta la idea de buscar esa plaza. Aún a sabiendas que no podré encontrarla. Ahora sé que el Destino puede estar ante mí o a mis espaldas, pero de nada sirve buscarlo. Los pasos que he dado para llegar a él siempre vendrán conmigo. Ese es mi verdadero destino.


Gracias, muchísimas gracias. Por lo que me enseñaste y por el barbero de cerámica.

domingo, 12 de junio de 2011

Las mil y una excusas en vela

Cuando llega junio me parapeto en una montañas de excusas para no estudiar.
Cuando llega el calor me escondo entre volutas de excusas para no dormir.
Cuando llueve siempre tengo millones de buenas razones que suenan a excusa para no llevar paraguas, y miles de malas razones que ni siquiera intento excusar para acabar en la playa.
Cuando abrazo mi guitarra y solo puedo desmembrar ruidos incoherentes siempre es por mi falta de oído o por mi falta de tiempo.
Excusada en mi corazón roto, comencé a amar a los demás.
Excusada en otro corazón roto, me interesé por el cine clásico.
Ehhh...sí...No es verdad que me hagan daño las sandalias, siempre busco una excusa para descalzarme.
Aún ando buscando excusas para quitarme también la ropa.
Cuando no puedo dormir escribo. Cuando tengo demasiado para escribir no duermo, ni escribo. Cuando me asedian las imágenes y las palabras me escondo tras la excusa de mi ineptitud para no escribirlas.
Cuando veo las estrellas me pierdo en excusas para alcanzarlas. Vuelo en sondeos de amaneceres, dándome motivos para permacer tumbada bajo la noche.
Cuando me toca saltar al vacío busco siempre vía alternativa, o que alguien me coja la mano y tire de mí.
Luego, disfrutando el abismo, me pregunto la validez de las excusas que me insufla el miedo.
Cuando estoy lejos (geográficamente hablando) busco una excusa para sentirme cerca y una vez que estoy cerca me alejo (metafóricamente hablando).

No tengo excusa: soy un desastre.

Pero a mi favor tengo que decir que entre tantas estúpidas excusas hay dos que me determinan y me hacen ser como soy. Sentir y amar son mis excusas para seguir viviendo. ¿o quizás me estoy excusando?

jueves, 19 de mayo de 2011

Se habla de democracia

Se habla de cambio. Se lleva hablando de cambio mucho tiempo. Pero sin embargo ahora se habla más que nunca: miles de personas están tomando las calles pidiendo una democracia real. Están reclamando su derecho de decidir. No sólo políticamente, sino el derecho de decidir en este sistema que nos utiliza y no nos da la oportunidad de realizarnos.

Este sistema, que nos ha convertido a todos en números, en excusa para llenar bolsillos y escaños, nos ha hecho mucho mal: a nivel económico sí, pero también a nivel social. Y con social ahora no me refiero a los recortes “sociales” que los gobiernos nos están imponiendo, ni hablo del desempleo, sino me limito un plano más básico aún.

Este sistema no nos deja ni tiempo ni oportunidad de ser una “sociedad”. Los mercados han sabido , con ayuda de la política y de los medios, sembrar entre nosotros semillas de egoísmo y competitividad, de disgregación, que han germinado fuertemente. Me explico: nos hemos convertido en gente a las que le parece lógico discutir por motivos políticos e ideales, que cree que lo normal es entrar en el mundo laboral a base de competencia.

En la escuela, en la televisión, en todas partes... el liderazgo es una de las cualidades más valoradas: liderazgo, eficacia, eficiencia... ¡Cuántas veces habré escuchado esas palabras en la universidad! Y sin embargo casi nunca palabras como comprensión, integridad, tolerancia (cualidades que quedan en un segundo orden, cualidades de estar por casa).

¿Cómo puede uno entrar a formar parte de los trabajadores del Estado? Presentándose a una OPOSICIÓN... La palabra misma los deja al descubierto: no teneís que ser buenos en vuestro trabajo, basta con que queraís ser “mejores” que los demás. Oponeos. Separaos.

Por si fuera poco y las emociones en las relaciones humanas pudieran aún así encontrar un resquicio por donde salir adelante, nos han recortado nuestro tiempo con horarios desquiciados, con estrés y con prisas, para que si después de todo nos quedaban ganas de reunirnos, relacionarnos, de SER una sociedad, se nos fuera pasando poco a poco.

Pero se les escapó algo: nos impusieron una sociedad basada en el dinero y nos convirtieron en peones de esa sociedad. Nos lo creímos, acatamos. De repetente no hay ni dinero ni trabajo, ese mundo construido de humo que nos vendieron ha dejado de existir. Uno empieza a plantearse si ese “otro” que nos dijeron que competía con nosotros, no es en realidad el enemigo.

La gente empieza a reunirse, los políticos (temerosos) empiezan a dictar leyes “de convivencia” que impidan la reunión. La gente empieza a impacientarse. La policía mejora sus métodos represivos.
Pero se ha abierto una brecha. Ya no hay esa fe ciega en el sistema.

Hoy, la calle está llena de personas que estan pidiendo una democracia real. Lo veo y me maravillo. Y lo que más me gusta no es que se pidan ciertas reformas políticas (que llevo año apoyando y escuchando como me llaman idealista, utópica...) sino porque ha habido un cambio en las relaciones humanas. Gente que antes estaba enfrentada por su ideario político, pide junta un cambio profundo, se emociona, se siente parte de lo mismo.
No opino que no deba haber diferencias de opinión, sino que el debate de éstas nos conduzcan a mejorar: nunca a generar odios y desunión entre nosotros. Quizás ahora la democracia sea más real, porque estamos más cerca que nunca de ser un pueblo o una sociedad y no un grupo grande de seres individuales que vive ajeno al resto.

Siempre he pensado que las soluciones llegarían el día en que empezáramos a ver reflejadas nuestra emociones en los otros, cuando fuésemos capaces de superar lo que nos separa para centrarnos en lo que nos une.

Me gustaría pensar que ese momento está llegando sin que nos demos cuenta, en forma de concentraciones y manifestaciones pacíficas. Me encantaría pensar que esto supera el plano de lo político y aunque ese sentimiento de unión quede como telón de fondo de todo esto, sepamos darle el lugar que se merece.

Sólo sientiendo CON los otros podremos ser una sociedad auténtica. Sólo sintiendo los problemas de los otros podremos luchar por la justicia.

El cambio verdadero llegará cuando se manifiesten las emociones y todas ellas sean manifestaciones pacíficas.


Se habla de democracia...

miércoles, 4 de mayo de 2011

La envidia de los gatos

Parecerá una extraña cadena de sucesos, pero repetida una vez tras otra toma un sentido diferente.

Paseando por el Campo del Sur y por el parque, uno se da cuenta de miles de cosas. Una lo maravilloso que es Cádiz, ni que decir tiene. Pero otra, que quizás pasa más desapercibida a empanados y guiris cruceristas es la cantidad de gatos que hay en esta ciudad. Yo, como exploradora de las cosas inútiles y forjadora de teorías descabelladas (y no por ello menos ciertas) he pasado mucho tiempo observándolos.

Y el primer dato que arroja mi observación es éste: cuando te cruzas en la vida de un gato, éste se detiene, te mira y tras unos segundos se va corriendo.
La pregunta es ¿por qué?

La respuesta parece fácil: miedo. Demasiado fácil para que sea verdad, si quisieran huir lo harían en un primer momento. Pero ellos se quedan ahí un rato, mirándote a los ojos. Yo creo que te miden.

No tu longitud, ni tu altitud, ni tu rapidez...ni ninguna de esas cosas que serían lógicas según las leyes de la supervivencia. Esta es otra teoría que tengo: los gatos no son lógicos. Ellos te miden A TI.

Y he aquí el culmen de mi teoría: los gatos me huyen...porque me tienen envidia.

Sé que te estás sonriendo diciendo, "ostras esta es otra de las de Ina". Pero espera a oír la explicación.

Ellos son equilibrados por naturaleza, ágiles. Obviamente eso no pueden envidiármelo, yo me muevo como un pato en el desierto y sin embargo, soy capaz de trepar a lo más alto, luchar con mis incapacidades y mis ansiedades y jugarme el tipo esperando la caída. Creo que no les debe hacer mucha gracia ver en mis ojos que alguien de naturaleza tan poco grácil puede llegar a desafiar a la gravedad.

Así, ellos, los perfectos conocedores de tejados y azoteas se asombran y siguen analizando mis pupilas. Y en ese insondable vacío descubran tejas y ropa tendida y se sorprenden. Los hombres suelen mirar al suelo cuando van por la calle. Pero no saben que yo soy adicta a las azoteas: las busco desde la calle, las sobrevuelo con la mente, subo a las torres de Cádiz sólo por colarme por sus entresijos y dibujarlas, y describirlas y surcarlas.

¡Ay felino instinto que me lleva a canaletas y alfeizares!...Y ronronearle a la luna.
Porque eso es lo siguiente que ven en mis ojos, una esfera redonda y amarilla y su reflejo en el mar. La luna y sus secretos...y entonces sí que sienten un poco de miedo. Y me miran con recelo. Pero la curiosidad (que no siempre mata al gato) les hace seguir un poco más. La noche, la playa... Empiezan a verme como una igual...

Se lamen las uñas antes de volver a mirarme. Yo misma soy consciente de que en ese sentido me superan. Siempre fui más de apretar los dientes y seguir adelante, que de sacar las uñas.
Cobran un poco de confianza... Siguen mirando...ven como podía competir con ellos en la independencia e incluso en lo arisca que podía llegar a ser. Pero mira por dónde, ahora también pierdo en eso...porque muchas de las personas que me rodean consiguieron romper mi armadura de hielo y dejar salir mi ternura...

Pero me queda mi última baza...la que ven y no pueden aguantarme la mirada...y salen corriendo... Todo el mundo envidia a los gatos porque tienen siete vidas. Y he aquí por qué me envidian... yo sé vivir millones de vidas en una.

No es que sepa más que nadie. No es mérito mío. Yo no digo, voy a vivir una vida en seis meses, en dos meses, en dos semanas o en cinco minutos...no, yo no decido eso.
Sin embargo hay veces que la propia vida y las personas, sin yo esperarlo, así sin más, me regalan una vida. Tan intensa que parece que nazco de nuevo, que aprendo de nuevo a vivir y que cuando se termina muero. Con sus alegrías y sus penas y su superaciones y su música y sus vacíos y mis errores y mis aciertos.

Y eso nadie te lo ve cuando te mira. Ni puedes explicarlo cuando te preguntan. Sólo te sale decir frases preparadas y repetirlas una y otra vez. ¿Cómo se puede explicar toda una vida por corta que haya sido "temporalmente"? Así uno puede ir por la calle, con todas sus vidas a la espalda y nadie sabe lo vivo que está. Salvo que se tome la molestia de mirarle a los ojos. Los gatos se la toman. Y entonces envidian...y salen corriendo.

Ellos nacen con 7 vidas. Nosotros tenemos o no la suerte de poder vivir mil vidas en una. Pero en nuestros ojos se guardan los tesoros de cada una de ellas, si sabemos vivirlas y somos conscientes de que las tenemos.

Yo también saldría corriendo si la vida, con todo su descaro, se atreviese a mirarme directamente a los ojos.


Gracias, a todos los que habeis hecho posible alguna de esas vidas. Y a que escribo esta entrada escuchando tango, mirando un cuadro mágico y una trompeta, y una guitarra, jugueteando con una nariz de payaso, en un cuarto con una bandera azul marino y blanca, llena de tierra y otra con rombo de colores (de mis pueblos indígenas).

Tinki pali, che! Bona nit!

domingo, 13 de marzo de 2011

Teorías sobre la flotabilidad III

EL HUNDIMIENTO

Llevo toda la semana intentando escribir un cuento. Uno que sea una verdadera teoría de la flotabilidad. Pero de verdad, nada de esos intentos literarios que estaba haciendo. Un cuento que nos dé la clave de la flotación y te salve, y nos salve, del hundimiento.

Esta semana iba yo montada en mi cometa de papel, balanceándome en la suave brisa marina, arriba y abajo, como siempre más allá de la nada, centrada en la construcción de castillos de naipes o teorizando sobre el color de la hora blanca de la mañana...que es de todos los colores menos el blanco... Y entonces te vi allá abajo y entusiasta bajé a saludarte ¡tanto tiempo hacía que no te veía! Habían pasado meses y fronteras y océanos entre nosotros. Floté con mi cometa a babor o estribor (nunca lo supe) de tu barquito de papel. Y sonreí alegre. Escribiendo teorías sobre flotar y te encontraba justo ahora, a ti que habías inventado la contrucción de barcos y aviones de papel.

Y es que de las personas que conozco, que hablan y se llenan la boca de propuestas para sacar a esta sociedad a flote, eres de las pocas que se remangó y quiso hacer algo. Y así comenzó la hisotria de tus barquitos.

Nadie entendía que hacías para arriba y para abajo tan ajetreado entre tantos papeles, panfletos, carteles de protesta... Nadie entendía que era los materiales, los materiales de tu primer barco. Con ellos querías traer la sociedad a flote. Pero no entendieron.

En el camino te encontraste con muchas dificultades. También con nuevos apoyos, nuevos soñadores, nuevas personas, nuevas perspectivas, eso sí pocos dispuestos a embarcarse en un cambio profundo, miedo a alta mar y a los tiempos de tormenta. Que los habría, de eso todos (tripulantes, observadores, curiosos, sirenas...todos) lo sabíamos.

A mi que siempre se me fueron las palabras más allá de lo que alcanzaron mis dedos, tu compromiso y tu entusiasmo me sirvieron de estímulo. Y vi, como más tenaz que nadie hacías prototipo tras prototipo, probando sin cansancio mil formas de navegar.

¿Sabeis lo que uno aprende tras un tiempo intentando mantenerse a flote? Que los vientos siempre soplan a favor de los mismos, pero que mucha gente remando junta hacen una fuerza tal que se consigue ir contracorriente.

Pero el otro día cuando te vi, mientras volaba, navegabas solo. Cuando aterricé en la cubierta de tu barco de papel, tu sonrisa se desdibujaba y tu mirada se oscurecía tristemente perdida. La seguí y enseguida vi qué pasaba. Hacía aguas, el casco se desquebrajaba... Y una pequeña charla me bastó para ver cómo te habían quitado las fuerzas y las ganas. Había cierto complot universal contra los barcos de papel...en las noticias aseguraban que no funcionaban, nos vendían a raudales barcos de plomo rellenos de aire. Y aquellos que te había escuchado o incluso apoyado un día miraban hacia otro lado, acostumbrados ya a que el mar se trague a la gente. Sueños rotos descubiertos flotando en el mar en la hora blanca... todos los colores menos el blanco...

Y tú allí, y nuestra charla allí, con el mar llegándonos a las rodillas, al pecho, a los ojos... ahogándonos. Agujereados y a la deriva por los vientos que siempre soplan a favor de los mismos... Y tu casco cada vez más agujereado: por los golpes con las duras rocas que son la indiferencia, la apatía, la desgana, la represión, los cañonazos de la policía al servicio de los vientos desfavorables de nuestros días...

Pero ¿sabes? Nadie que nunca ha estado a punto de ahogarse, entiende una mierda de la flotación.
Que todo el mundo sabe hacer aviones de papel pero lo difícil es hacerlos volar y no se aprende teorizando en los cafés, eso es seguro.

Que el mar no llegue a tus ojos, ni la deseperanza a tus manos. Las soluciones del mundo son más sencillas de lo que nos han hecho creer... Cada vez más personas ven que aunque nos echen cada intento a pique, este mundo no puede sostenerse mucho más a flote si no cambiamos.

Somos más de lo que piensan, somos más de lo que pensamos y de lo que quieren hacernos pensar.
Podrán pagarnos su miedo en plomo, que nosotros empapelaremos el mundo si hace falta. Porque los barcos de metal tienen que estar HUECOS para que floten, es pura armazón, si no se hundirían...pura cuestión de densidades...leyes básicas de flotabilidad.

Arriba, pequeños que nos quiten todo...menos la sonrisa y los sueños. A flotar se ha dicho...

[A todos aquellos que tienen mucho más coraje que yo, mil perdones cuando no estoy al pie del cañón, mil gracias por enseñarme el camino... En especial a ti. No pierdas la esperanza.

No habrá decretos que nos dispersen, ni leyes que nos prohiban, sonará la música en las calles, no habrá comida en la basura (ni leyes que prohíban reciclarla), no habrá PERSONAS tratadas como basura...Tenemos que tener fe en nosotros mismos, en el hombre...]

miércoles, 9 de marzo de 2011

Teorías sobre la flotabilidad II

nº2 FLOTAR O VOLAR 1

¿Flotan los astros? No, orbitan.
¿Flotan los pájaros? No, vuelan.
¿Flotan los parapentes? No, planean.

Entonces... ¿qué es flotar?
Esto...

( Unos labios se posan sobre las inquisiciones continuas y las deja en silencio, les roban todas las palabras y todos los signos de interrogaciones, porque en un húmedo roce están contenidas todas las respuestas).

miércoles, 2 de marzo de 2011

Teorías sobre la flotabilidad I

Nº1 POMPAS DE JABÓN

Un aro pequeño, del tamaño de una moneda aproximadamente. Un poco de agua con jabón. Un poco de aliento cargado de esperanza. Y se hace la magia. Algo que estuvo dentro de ti, tu aire ahora decorado con una película multicolor, cambiante, que fascina los sentidos...flota. Una parte de ti flota... magia...flota.

Si cierras los ojos puedes sentir una parte de ti suspendida en el espacio, si los abres puedes ver como la vida se puede tornar de colores, puede ascender, planear, fascinar, crear ilusiones, y de repente sin saber por qué estallar, salpicando a lo que esté cerca.

Para flotar un cuerpo tiene que ser menos denso que el líquido o gas en el que flota. ¿Nos fascinan las pompas de jabón porque son aún más ligeras que el aire? O quizás por ser de la materia de los sueños...tan liviana, tan bella, tan frágil. De la materia de la felicidad... que transforma los contornos, embelleciéndolos y encierra nuestras ilusiones...De la materia de la belleza...

Los niños persiguen las pompas, los perros persiguen las pompas... juegan a tocarlas una y mil veces hasta que estallan y ellos estallan en un mundo de risas y contoneos de cola. Y toca una y explota, y va hacia otra y explota... pero no importa porque en eso consiste el juego... en quedar exhausto tras correr e impregnarse de los trozos pequeñitos de felicidad. Acabar empapado, manchado y muerto de risa. Ni los niños ni los perros entienden de tensiones superficiales...

Los “adultos” (si puedo llamarme tal) sabemos que las pompas no pueden tocarse, que la belleza es inalcanzable, porque si uno la toca, explota. Algunos dicen que tiene algo que ver con las tensiones superficiales...y no sabría explicar exactamente en qué consiste...me imagino que algo a nivel epidérmico por eso de superficial. Sé que dos superficies epidérmicas en contacto crean tensión y belleza y estallan...no sé si tendrá algo que ver... Pero no creo, porque en el caso de las pompas de jabón nos quedamos extasiados, mirándolas, viéndolas flotar. Y quietos contenemos el aliento, esperando que nada la roce, que nadie nos rompa la magia ni la fantasía de los segundos de vida de la burbuja. Y a pesar de nuestro empeño fracasamos, porque nada hay más efímero que una pompa de jabón.

En un determinado momento choca con el suelo, con una hoja... y explota, o a veces ni siquiera choca con nada, sino se cansa de volar... Y nos quedamos con cara de estúpidos...inquietos... planteándonos ciertas teorías inservibles sobre lo efímero de la belleza, de la vida, de los sueños, del amor... que ni siquiera nos ha alcanzado.

Se acaba el agua, se acaba el jabón, se nos gasta el aliento. Volvemos a casa, llevando a un niño con las manos pringosas que sonríe. Algo de esa belleza se nos pega a las manos y nosotros también sonreímos... es un trozo de inocencia que se nos revuelve dentro. Un trozo de inocencia que nos insta a correr y explotar de vida.

De aquí la primera teoría de la flotación: para uno ser capaz de flotar tiene que reducirse a nada, pesar menos que el aire, saber que puede explotar, querer explotar. Hay que ser un niño, hay que ser perro, hay que impregnarse de vida, de belleza, de sueños y de amor. Olvidar las tensiones. Creer en la magia...

¿crees en la magia? ;)

jueves, 10 de febrero de 2011

De la viabilidad de Gregorio Samsa

Una luciérnaga vuela tenue por mi habitación y la sigo con la mirada. Gira, revolotea, se define, se difumina. De una forma u otra me voy vaciando de tantas tensiones de un rápido día. Y giro, revoloteo, me defino...y acabo difuminándome entre luces y sombras inventadas. Abro los ojos y me veo frente a un taco de folios insondables que con descaro me amenazan...y cierro los ojos y me veo transitando por una camino infinito de pueblos pequeños...no tan blancos como los del sur...de sonrisas luminosas que se definen, que me definen...

Cuando me despierto se ha obrado en mi la metamorfosis...ya no me importa que los folios estén repletos y mi mente en blanco...Ya no soy como los otros...de repente soy un insecto enorme a quien nadie comprende y sin embargo hago lo que nadie pudo: me elevo...trepo por las paredes...ingrávita, surco mi habitación más allá de las leyes de la física.

He cruzado los límites de lo viable (estoy más allá del camino que definen como transitable)... Empiezo a ser un monstruo para la sociedad...sociedad que si sigue señalando...va a quedarse sin zapatos...Somos insectos con alas...Bichitos de luz...Delirio de los sentidos...

Soy una luciérnaga que vuela tenue por mi habitación. La ciudad duerme, las calles duermen, los semáforos enferman de soledad. Miles de insectos llenamos con nuestra luz nuestras respectivas celdas. Es inviable que salgamos a la calle. Nosotros los diferentes. Los Gregorios Samsa.

Cuando cierro los ojos, despierto y veo como millones de "monstruos" nos encerramos bajo nuestros diversos disfraces, luchamos por apagar nuestra luz. Negamos nuestra metamorfosis y mutilamos nuestras alas. Todo porque una minoría de cucarachas nos señalan con el dedo.

Y aquellos locos, que no son capaces de disfrazarse o lo mismo no quieren o no saben como apagar su luz, acaban siendo inviables en este mundo que muta irremediablemente hacia la pérdida de las emociones.

Abro los ojos, cierro los apuntes. Saco la Metamorfosis para asegurarme quienes eran en realidad los monstruos... Me quedo tranquila, como recordaba, los verdaderos monstruos...fueron aquellos que no soñaron y despertaron distintos, los que no transmutaron y se quedaron señalando con el dedo o fingiendo compasión. Las cucarachas...se planteaban la dignidad y la viabilidad de Gragorio Samsa...


[Una luciérnaga vuela tenue por mi habitación y la sigo con la mirada. Gira, revolotea, se define, se difumina. De una forma u otra me voy vaciando de tantas tensiones de un rápido día. Y giro, revoloteo, me defino...y acabo difuminándome entre luces y sombras inventadas.]

jueves, 27 de enero de 2011

Hoy es un día frío, al menos en este pequeñito tracito del mundo que mis sentidos pueden abarcar. Quizás allí hasta los caracoles tengan ansias de dejar atrás su concha y salir corriendo desnudos. Quizás juegues en campos cubiertos de blancos muñecos de nieve escarchada. Quizás estés tocando el saxo, o la trompeta, o los platillos. Quizás estés en un patio soleado mirando en silencio macetas llenas de flores. O escuchando repiquetear campanas. O sintiendo, tanto como a mí me gusta, la lluvia pegando en tus brazos desnudos, acariciando con la planta de los pies el césped y los charcos de barro recién formados. Mientras bailas desaforadamente, visceralmente, vitalmente. Puedes que estés fumando a pesar de que sabes que lo odio, mientras lees mis palabras y sonries. Con un café. O un chocolate. O un té de manzana. O conduciendo, tenme cuidado. O soñando, en el mejor de mis sueños, soñándome. Soñándome saltando en los charcos, deshaciendome de caparazones, vibrando en bailes vitales. No sé cómo lo sé pero sé que sonries, y tu boca que sabe que es la protagonista de todos y cada uno de mis cuentos se deleita.

Hace frío y entre estas paredes blancas, no tengo nada para calentarme. Salvo imaginarme cruzando el universo, hasta conquistar una estrella. Una que sonría, donde viva el Principito. O hasta vivir en aquél planeta pequeñito donde había millones de puestas de soles, y ponerme de espaldas y así ver millones de amaneceres.

Hace frío, pero sé que en algún rincón del mundo entre leones o gacelas estás cantando. Canto un poco, pero el eco se pierde entre millones de paredes blancas vacías.
Te imagino libre, y así vuelo y conquisto mi libertad...

Quizás en un patio soleado...o en calles atestadas que huelen a sudor...o en campos de girasoles, el sol se está planteando interrogantes difusos...¿cómo será la noche? ¿cómo resplandece tu piel a la luz de las estrellas?...

Hace frío y la incomodidad me impide dormir. No sé vivir sin libertad... ¿Cómo resplandece tu piel a la luz de las estrellas?

....¿cómo...tu piel...estrellas?.....mi libertad.

viernes, 21 de enero de 2011

Dejándome volar escribí...

En la soledad de estas arenas me revuelco, desprovista de pieles, desprovista de ojos...párpados caídos tras la exhaustiva tarea de pensarte, de verte amanecer en playas donde nunca amanece.

En la desprovisión de estas soledades me enareno, girando sobre los goznes de mi centro (si es que tengo centro) procreando huellas corporales en la orilla de mares lejanos donde nunca amanece.

En las arenadas huellas solitarias que dejo tras mis gestos (mi discurrir de frente, de espaldas, de costado..., atemporalmente) crecen sueños.

Mis sueños de alas que compartí contigo en castillos en el aire, junto a orillas donde amanece.

Así queda poblada esta arena, desprovista de soledades, germinada de sueños y pieles y ojos. De tus sueños, pieles y ojos, de castillos en el aire.

Me pongo en pie y observo. No sé hacia qué lado de los horizontes está más cerca. Bajo mis pies quedan las huellas de tu ausencia, de tu presencia.

En la soledad de estas arenas vuelvo a revolcarme y a soñar alas.
Alas que me lleven a girar y llenar de huellas la soledad de tus arenas.