Páginas


viernes, 28 de junio de 2013

Reconocer

Reconocerse es examinarse.
Antes de todo es examinarse.
Es una mano que descubre una mano que descubre.
Es un escalofrío o un espasmo
y el lugar anónimo de su génesis.
Es una cicatriz
una imperfección perfecta
una mancha color café.
Es la aproximación de dos mundos que se miran de cerca.
Que se conquistan y entregan.

Reconocerse es identificarse.
Más tarde, reconocerse es indentificarse.
Es descubrir el yo que subyace en el otro.
Es la intuición en la diferencia
de un vértigo de similitud.
Es la mano que al sostenerla, te sostiene.

Reconocer es agradecer,
es la boca que sonríe,
la mano que acaricia la espalda.
Es dar el lugar y la importancia precisa
al placer y a la alegría.
Es el pecho que se eleva tranquilo.

Reconocer es distinguir entre los otros.
Inevitablemente es distinguir.
Es saber que esa mano, que ese olor, que esa mancha...
tienen un nombre y un sueño
distinto a los demás nombres y sueños que pueblan las calles.
Un nombre propio que conoces.
Una piel propia, como un mapa.
Un mapa físico (montañas, valles y ríos)
de una tierra de acogida.

Y por último re-conocer.
Así, separado. Re-conocer.
Es comprender que esa mano descubierta,
esa mano que has aprendido,
esa mano en la espalda,
esos surcos con nombre propio
ya no son los que conocías.

Es el estremecimiento cuando entre una multitud
tu cuerpo reconoce una mancha, una cicatriz, una intuición
que ya no son las mismas.
Por no ser tuyas.
Es aprender a decir adiós
y callar a tu cuerpo que grita
fuiste mío”
fuiste mía”.


miércoles, 26 de junio de 2013

Yo juego a la poesía

Estoy jugando a la poesía como quien juega al pillar.
Una sale corriendo. La otra va detrás.
Y cuando nos alcanzamos sucede que invertimos los papeles.
Y a veces ella me persigue.
Y me atrapa... vaya si me atrapa...
Y otras veces la persigo yo
y tengo que correr y correr para alcanzarla.
Y llego exhausta, sudorosa y con el corazón latiendo
como si fuera a explotarme.
Como si él quisiera seguir corriendo por inercia.
Con la sensación triunfante de que sigo viva.
Con la sensación viva del triunfo.

Estoy jugando a la poesía como se juega al escondite.
Busco una palabra que se esconde por las sombras
tras los rincones y bajo las escaleras.
Pero sobretodo busco las palabras más evasivas,
las mejores jugadoras
aquellas que se esconden bajo las pieles, tras los labios...
en los pliegues más recónditos de la vida
donde olvidamos nombrar a las cosas.
Donde existen palabras aún no nacidas..
emociones aún no nombradas...
palabras sólo reconocibles por el tacto.

Juego a la poesía como juego a la gallinita ciega.
Con los ojos vendados, tanteando.
Intuyendo dónde está por sus movimientos
por las ligerísimas corrientes de aire
que levanta a su paso.
Sintiendo su presencia con un sentido
que aún no está descrito
al que sólo puedo llamar intuición.

Estoy jugando a la poesía como juegan los niños
felices y desenfadados
riéndome
olvidándome que hay mundo más allá del juego.
Haciéndolo sencillo,
pero sin poder explicarlo
porque cuando los adultos me preguntan
la emoción me aturulla y no sé cómo describirlo.

Estoy jugando a la poesía como juego a la vida
a tientas
a porrazos
con ilusión
con pasión
y risa.

Sobretodo risa.

lunes, 29 de abril de 2013

Los entresijos del miedo I


A través de su antigua radio, llena de arañazos y golpes, escuchaba las palabras de Santi. Su voz que sabía que procedía de un salón semi en penumbra en el quinto piso de un edificio a las afueras de una ciudad. Cualquier ciudad.

Recordaba el tacto del parqué semi en penumbra en la espalda. Recordaba las horas viéndolo toquetear los botones y el encenderse de las luces rojas y verdes que nunca logró descifrar. Recordaba los pelusones bajo el sofá.

Hasta que él se metió en política. Y tuvo que cambiar mil veces de casa y estudio.
De hecho, era consciente de que su voz ya no procedía de ese salón, ni de esa ciudad y es probable que ya sus pies no acariciaran sino cemento. Y que el tiempo no tuviera  la clemencia de mullir su vida con pelusones.

" y la última noticia: Acaba de abrir sus puertas la prisión más grande construida hasta el momento. Aún la información que nos llega no es clara. Pero todos coinciden en la crueldad de sus guardas (verdugos), lo inexpugnable de sus muros...sus métodos de tortura... (pausa)"

Pausa. Conocía también esa pausa. Cuando se le atragantaba una palabra o un sentimiento. La que antecedía a algo duro. La que antecedió al adiós...

"LA llaman miedo. A la cárcel más grande y cruel del mundo...(pausa)... Miedo".

Otra pausa, y tras ella una explosión.

Los diarios de la mañana siguiente que no hablaban de cárceles...que nunca hablaban de cárceles... le dedicaron un cuarto de página en la sección de sucesos... Un explosión de gas...


La cárcel más grande del mundo, a las afuera de la ciudad. Cualquier ciudad. A las afueras y en su subsuelo. Y en sus muros. Y en sus esquinas. Y en sus carteles publicitarios. Y en sus medios que no hablan de cárceles y en sus cárceles sin medios. Y en las bocas. En las bocas que la respiran por la mañana y le dejan paso durante el día...para que llegue a sus corazones.

La llaman miedo....Miedo....

martes, 23 de abril de 2013

Luxación


Energía cinética.
Movimiento.
Energía eólica.
Vuelo.
En resumen.
Energía vital.




Hay muchas formas de ir por la vida.
En silencio. Estrepitosamente.
Más mal que bien. O más bien que mal.
Hay gente que va con las maneras más ensayadas.
O con la cabeza rayando el techo.
Yo voy, que no es poco.
Aunque por mi gran pasión inconsciente por el método ensayo-error, suelo ir por la vida a porrazos.

No es por hacer drama. Una se acostumbra.
Nunca he tenido repercusiones graves. Mi cuerpo sólo guarda las cicatrices de algunos mordiscos y algunos arañazos (de procedencia de mundos muy diferentes de lo que sus mentes están pensando). Y mi alma...mi alma lleva sus cicatrices con orgullo de felino y ligereza de pájaro. Ésa sí que tiene golpes. Pero es normal, la llevo saliendo por cada poro. Recubriendo mi piel.

Así de simple. A porrazos.

Una va corriendo.
Avanzando deprisa.
O se detiene.
A mirar el mar.
O se tira por una cuesta sin tener frenos.
O cosas de esas.

En fin, todo avanza y uno va por ahí como una máquina engrasada. Cinématica perfecta.

Un día, porque sí (váyase uno a saber por qué: una barrera física, un escalón, una piedra en el camino...un bache...un bache...) se da un frenazo.
Freno.
En seco.
Pero el alma sigue por inercia.
Tracciona.
Y algo falla.
Y tú lo notas.
El alma se luxa.

No hay fractura.
Lo sabes.
Nada se ha roto.
Aunque lo parece.
Duele como si lo estuviera.
Pero el alma es sumamente resistente a la fractura: puede ser porque está hecha de cosas levísimas. Como el amor o los sueños.
Pero se luxa. Más fácilmente cuanto más expuesta la llevas.

Eso significa de repente no está en su sitio.
No en el lugar que encaja.
No donde se articula con el resto y se mueve en consonancia.
No donde soporta tensiones, caídas.
Está en otra parte.
En otra parte...

Nadie puede reducirla.
Volverla a su sitio.
El alma es tan insustancial.
Tan grande o tan pequeña...
Se queda por ahí colgando.

Y vas por la vida con el alma
(o el cuerpo según se mire)
Luxado.

Hasta que un día,
mientras que vas por la calle con la cara partida en dos por una sonrisa
y el corazón partido en mil por un recuerdo.
Mientras que en tu zapato o pie izquierdo un cuento te acaricia el camino
y en tu mano derecha se despeñan palabras.
Mientras que en tu espalda el mar por el que surca un barco de papel te hace cosquillas.
Mientras que vas toda tú haciendo prácticas de preparación al vuelo o a la libertad...
Mientras que te vas apañando en una movilidad incierta,
avance con cinemática imprecisa y desalmada...


Se te cruza una ilusión en el camino.
Te saluda inesperadamente.
Te paras.
Y entonces...
la inercia...
te devuelve el alma a su sitio.
(El movimiento atrae el movimiento)



Energía cinética.
Movimiento.
Energía eólica.
Vuelo.
En resumen.
Energía vital.


(Conflicto permanente con fuerza de la gravedad,
caída...............)

(Caída.............................)


(Y vuelta a empezar)

sábado, 12 de enero de 2013

Me siento. No del verbo sentir, del verbo sentarse. Ante mazacotes de papeles y amasijos de palabras. Realmente estoy cómoda. Me siento cómoda (del verbo sentarse y, levísimamente del sentir). Nunca me desagradan las palabras. O casi nunca. Pero de alguna forma hay algo que me inquieta.
Mientras que fijo la vista en las enfermedades del riñón, por ejemplo, veo por el rabillo de los ojos una sombra que se mueve. Es levísima. Cuando la encaro parece esconderse por las esquinas, tras las fotos, probablemente del lado de fuera de la puerta y la ventana.
Si están cerradas ¿cómo las atraviesa? ¿cómo va más allá? Lo ignoro.
Determino por su ligereza que es mi libertad.
Mientras leo juguetea con los pelos que pueblan mi nuca, y los enardece. Aprende a hacer magdalenas y lo peor es que sé que no compartirá las recetas conmigo. Escribe cuentos y cuenta cuentos. Juega con mis ojos, con la luz, con el sueño...al escondite.
Se prueba mi nariz de clown. Todas mis narices-recuerdo.
Come piruletas.
Y escribe y grita.
Pero no me abandona. Mira que tiene la facilidad de atravesar paredes, ventanas, muros. Mundos.
Mira que recala en corazones ajenos, en puertos y mares ajenos. Pero siempre vuelve a mí.
Para esconderse en mi cercanía de forma que la intuya pero nunca la aprisione.
No entiende de ataduras, pero sí de fidelidades.
Me espera. Es capaz de esperarme, mientras me siento (de sentarse) frente a éstos papeles. Mientras me siento (de sentir) a veces perdida.
Me espera y hace las maletas. Y juguetea con mi cuello. Y se sube a mis espaldas.
Hay quien no soporta su peso... Pero la mía es tan leve...
Que sé que en su compañía aprenderé a volar.

Me siento cómoda (de sentir, y levemente, mientras floto en una tranquilidad y una paciencia infinita, de sentarse).