Estoy jugando a la poesía como quien
juega al pillar.
Una sale corriendo. La otra va detrás.
Y cuando nos alcanzamos sucede que
invertimos los papeles.
Y a veces ella me persigue.
Y me atrapa... vaya si me atrapa...
Y otras veces la persigo yo
y tengo que correr y correr para
alcanzarla.
Y llego exhausta, sudorosa y con el
corazón latiendo
como si fuera a explotarme.
Como si él quisiera seguir corriendo
por inercia.
Con la sensación triunfante de que
sigo viva.
Con la sensación viva del triunfo.
Estoy jugando a la poesía como se
juega al escondite.
Busco una palabra que se esconde por
las sombras
tras los rincones y bajo las escaleras.
Pero sobretodo busco las palabras más
evasivas,
las mejores jugadoras
aquellas que se esconden bajo las
pieles, tras los labios...
en los pliegues más recónditos de la
vida
donde olvidamos nombrar a las cosas.
Donde existen palabras aún no
nacidas..
emociones aún no nombradas...
palabras sólo reconocibles por el
tacto.
Juego a la poesía como juego a la
gallinita ciega.
Con los ojos vendados, tanteando.
Intuyendo dónde está por sus
movimientos
por las ligerísimas corrientes de aire
que levanta a su paso.
Sintiendo su presencia con un sentido
que aún no está descrito
al que sólo puedo llamar intuición.
Estoy jugando a la poesía como juegan
los niños
felices y desenfadados
riéndome
olvidándome que hay mundo más allá
del juego.
Haciéndolo sencillo,
pero sin poder explicarlo
porque cuando los adultos me preguntan
la emoción me aturulla y no sé cómo
describirlo.
Estoy jugando a la poesía como juego a
la vida
a tientas
a porrazos
con ilusión
con pasión
y risa.
Sobretodo risa.
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