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domingo, 9 de mayo de 2010

Adiós mis queridos vecinos (noviembre 08)

Ayer estuve por la mañana en una charla de Elvira Lindo. Entre todo lo que dijo me quedé con un par de cosas que me dejaron su rasgusñillo dentro, así que he vuelto a desempolvar los bolígrafos, los cuadernos y el teclado y me he puesto a escribir a pesar del tiempo y las heridas. ¿Y por qué un blog? Hace ya un tiempo me dijo un amigo que escribir en el blog era puro egocentrismo, pensar que alguien le importaba lo que teníamos que decir. Al principio pensé que sí que era un poquillo de ego, pero no. Es necesidad de comunicación. Vivimos en un mundo demasiado rápido, donde todo el mundo habla pero nadie escucha. Y es una pena, porque hay palabras que de verdad lo valen, porque podemos aprender y capturar de los otros esa humanidad que nos falta. Yo escribo aquí para compartir, ¿con quién? no lo sé. Contigo si es que estás ahí y si no hay nadie pues supongo que con el ciberespacio y con la nada (será como hablar frente a un espejo).

Volviendo a mis rasguñillos, le preguntaron a la escritora por qué un personaje conformista. Ella defendió que el protagonista de una historia no tenía que ser valiente, que había personas de todos los tipos. Que ante una puerta todos podíamos decidir si abrirla o cerrarla para siempre. El dedo en la llaga. Puertas que se abren o se cierran. Que se abren o se cierran PARA SIEMPRE.
Nunca me he caracterizado por mi valentía, ni por mi tenacidad. Soy una puta cobarde, ¿para que vamos a mentirnos? Mi razón siempre impone sus cadenas a lo que me sale de dentro: no me deja amar, no me deja superar mis miedos...

Ayer por la mañana, antes de la charla, se cerró para siempre una puerta que me dejó transtornada, con un nudo profundo en la garganta para todo el día. Vereís, como todos sabeís vivo al lado de la antigua cárcel vieja. Como está cerrada, todas las noches dos personas las usaban como casa. Al principio, sólo dormían envueltos en una manta y sobre un cartón, aunque poco a poco empezaron a construirse un refugio más grande con cartones, como cuando de chicos nos hacíamos casetas con todo lo que pillábamos en el patio o en la plazoleta pero claro, para ellos no como un juego de niños sino como una lucha vital. Siempre los he admirado, por a pesar de estar en la calle saber hacer la vida más cómoda con tan poco.
Desde que empezaron a quedarse a dormir, en los tiempos de sólo una manta siempre quise llevarles por la mañana un termito con café y algún dulcecillo. Pero no pude hacerlo. Siempre fui demasiado cobarde. No lo hice por miedo a que me despreciaran el café, por no caerles bien, porque se insultaran por mi ofrecimiento. Vaya tontería, porque después de dormir en la calle...siempre apetece algo calentito. Todas las noches que los veía al volver a casa me decía a mí misma que tenía que bajar al día siguiente. Puse incluso el despertador a veces. Pero siempre encontre la excusa para no bajar. Siempre lo dejé para mañana. Pero es la cruel trampa de los mañanas, que siempre se hacen hoy antes de que estemos preparados. Por cobarde, por idiota pasaron los días y los años. Y ayer por la mañana, de camino a la facultad vi que habían cerrado con unas maderas el porche. Era una de mis puertas que se cerraba. PARA SIEMPRE. Se han ido mis vecinos, sin su café y sin su bollito o su pan tostaíto. Se han ido mis vecinos, mis queridos vecinos, a buscar refugio en cualquier cajero. Ellos no sabían ni sabrán nunca nada del hipotético café que nunca les di pero yo sí. Y he aquí mi rasguño, el café que se me quedó dentro. O el abrazo que no di. O la risa que no reí.
Sólo me queda deciros que si podeis, haced todo aquello que os salga del corazón, que hasta para amar se hace tarde. Mañana puede que os tapien el porche. Que ya esté cerrada la puerta. Y os quedeís con el cafelito en el alma.

Adiós mis queridos vecinos, hasta siempre. Siemrpe os llevaré dentro, entre mis cicatrices a pesar de que ni siquiera conozcaís mi cara.
Adiós...

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