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miércoles, 12 de mayo de 2010

La noche...las sombras

Esta es de las cosas que me pasan que son como para no creérselas. No os culpo, entre tanta literatura a veces uno no atina a saber cuándo hablo de mí y cuando me convierto en uno de mis personajes.
Este hecho extraordinario me ocurrió el domingo por la noche.

La cosa es que iba andando tranquila por la calle de vuelta de la biblioteca. Era madrugada bien entrada. Ni un sólo alma. Mi cabeza creando relatos, a todo tren, como siempre que no es momento de escribir. Se me cruzó un gato negro que siguió un rato andando delante mía. No soy supersticiosa, lo digo a título anecdótico. Se me acabó la batería del MP3. Tampoco nada extraordinario en eso.

Llegué a casa sin que nada fuera de lo normal ocurriera. Iba muy dormida eso sí. Estaba muy lejos de aquí, muy lejos. El portal estaba abierto...lo que también es común. Vamos, una noche muy normal hasta que llegué a la primera planta,a mi propia puerta, y aquí viene el hecho inaudito (sobretodo en alguien tan meticulosa y ordenada como yo ¡je!), ¡me había olvidado las llaves!

Hay veces que mi parte buena me dice que no toque al timbre, después de todo el día estudiando mi conciencia estaba aplastada por kilos de conocimiento, o por intento de este de establecerse entre los hilos de mi imaginación. Así que llamé. A bocajarro o a jarroboca. Pero no me oyeron: mi madre tenía turno de noche, mi padre y mi hermano podrían dormir dentro de una hormigonera. No los culpo, yo también podría dormir en cualquier sitio...siempre cuento lo de las almohadas...para qué repetirlo.

La cosa es que acabé en la escalera. No era la primera vez ni creo que sea la última.
Me acomodé como pude e intenté dormirme. Pero ahí estaban mis relatos, para ametrallarme la cabeza. Luego estaba el ruido de los contadores de la luz...me ponían nerviosa, como los segunderos de los relojes que hacen ruido. Terribles, totalmente terribles. No sé qué cabeza macabra los idearía.

Para relajarme algo, me dediqué a intentar escribir. Me bajé al descansillo para que por lo menos me diera la luz de la luna (estaba llena y alta, en eso tuve suerte). Saqué el bolígrafo y ¡no tenía folios en blanco!. Me reí, me da por reírme en esas circunstancias y empecé a escribirme el brazo izquierdo, en letra pequeñita.

Y escribí... Algo espeluznante...aterrador...escribí sobre el miedo. No sé si no me acuerdo o no quiero acordarme. Pero ahí estaba, un relato que me producía sudores fríos...los contadores...la luna...las sombras proyectada por ella...Las sombras...el sueño que me perseguía y se cansaba...mi subconsciente...mi consciente aletargado...mi interconciente y mi supraconciente...todos ellos...el miedo...

Y dolía, lo que escribía me dolía y me quemaba, el boli se paraba como si no quisiera seguir con esa dolorosa actividad nocturna desquiciada. Pero estaba atrapada en un frenesí literario, casi placentero.

Mi miedo, nuestro miedo, el miedo en general...ese que no sale en las películas, ese que nada tiene que ver ni con la noche, ni con los asesinatos, ni con los fantasmas...Ese que nos interrumpe en la ejecución de un acto, en la pronunciación de una palabra. El de romper con todo o empezarlo todo, de rompernos y volvernos a recomponer... El miedo a hacernos daño, el miedo que da la vida y la muerte...sobre eso escribía pero no sé cómo ni específicamente de qué.

La noche...los contadores...el miedo...el sueño...mis miedos...los ojos que se cierran...mis sueños...el bolígrafo que resbala...las pesadillas que me despiertan...el brazo que ya no tiene sitio...la pierna que comienza a ser torturada de miedos pasados y futuros...la sangre que me arde...los contadores...como segunderos...las sombras...las no llaves en mi bolsa...Los miedos a mis sueños...las pesadillas a mis brazos...los bolígrafos a mis llaves...las sombras a mi bolsa...las sombras a mi bolsa...las sombras a mi bolsa...Porque noté un zarandeo y cuando abrí los ojos ya no estaban allí, era la mañana temprana, de luz rosa y gris. Pero yo sabía que en algún lugar las sombras esperaban, para dejarse caer sobre mí con todo su peso.

Mi vecina, la que me despertó, tiene las llaves de mi casa. Me las dio y pude entrar. Reventada, me fui directa a la ducha para prepararme para ir a prácticas. Con los ojos pegados y un automatismo digno del mejor de los sonámbulos y del peor de los despiertos, me fui desnudando. No me miré al espejo, pero hubiese sido un cuadro digno de verse. Mi cara de dormida, mi brazo pintarraqueado entero, mi pierna a medio escribir...Un cabezazo...iba a necesitar café con cafeína, droga dura para la menda.

Agua caliente, gel de aloe, sólo el agua cantando...hoy no había fuerzas ni ganas para recitales...Y de repente abrí los ojos desmesuradamente, y la boca en un grito impronunciado...se detuvieron los segunderos, probablemente también los contadores...mi corazón empezó a latir como loco (y eso que aún no me había tomado el café). Las sombras tomaron forma por todo el baño, o al menos a mi la luz me parecía más tenue... Mi brazo, mi pierna...que debían estar llenos de la tinta de mi bolígrafo... estaban de un rojo vivo, con cada palabra escrita en la piel como si me la hubiesen marcado a fuego. Intenté restregarme...pero me dolían inmensamente...en las entrañas y hasta en el alma (dondequiera que ella esté).
No desaparecían. Mi brazo y media pierna. La piel de mi casi medio cuerpo. La mano con la que trabajo a diario aunque con menos precisión que con la otra... Mi tacto oscuro que tanto aprecio...Alterado para siempre... Porque en el momento que me miré supe que sería para siempre...

Y esos sudores..., esas palabras impronunciadas..., esos gestos inacabados..., esa vida..., esa muerte..., ese tangram roto y recompuesto..., ese inconsciente consciente de todo lo que el miedo podía, pudo y podrá...ahí en mi piel.

Para que cada día cuando me mire al espejo pueda ver las cicatrices que el miedo, el verdadero miedo dejó sobre mí.

[Todos alguna vez hemos estado en la oscuridad, con las puertas cerradas y sin forma de abrirlas. Todos hemos sentido ese miedo a no saber cuándo ni por dónde. Lo bueno es que siempre llega la mañana, alguien que nos zarandea, la hora en la que los segunderos se vuelven de nuestra parte (incluso los ruidosos desagradables). Y cuando nos miramos al espejo, a veces reconocemos las cicatrices que dejaron nuestros momentos de oscuridad y nuestros miedos. Sin embargo, a mi cuando me pasa, y me veo en el espejo con ese brazo escrito y esa pierna a medio escribir sonrío, porque al fin y al cabo llegó la mañana. Y porque aún me queda libre un brazo diestro, una pierna completa, media pierna y un tronco que tras las sombras me quedaron intactos...para luchar contra los miedos...para decir, para terminar gestos...,para vivir y romperme,...con toda seguridad también para morirme...Habrá más cicatrices, y algunas puede que del miedo, otras de la vida...se me olvidarán las llaves y puede que en noches más putas...de luna nueva...me vuelva a perder...a dañarme...Pero despertaré. Despertaremos...os lo puedo prometer...despertaremos y aún nos quedará piel intacta para proteger a nuestros sueños y mantener a raya a nuestras pesadillas.]

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